El 2 de noviembre, en varios países latinoamericanos se celebra el
Día de Difuntos. En el Ecuador, el singular contraste de dos culturas
(la indígena y la mestiza) da vida a la conmemoración de los
muertos. Por un lado, los habitantes de las grandes urbes se limitan a visitar
los cementerios y a recordar con nostalgia a los que se fueron. En cambio,
para los indígenas y muchos habitantes rurales es un día festivo,
que no da cabida al dolor sino a la celebración de su paso por este
mundo y la aceptación gozosa del círculo de la vida.
De todos los ritos indígenas, la fiesta de finados es una
de las más auténticas por lo arraigado y por la forma en que
la vive cada comunidad. Esta tradición es tan fuerte que 466 años
de doctrina cristiana no lograron modificarla.
La costumbre indígena es visitar las tumbas de sus seres queridos
y comer y beber al lado de ellas. La familia acude al cementerio como a una
cita con sus antepasados y comparte con sus descendientes el himno de la vida
presente y pasada.
Quiérase o no es ella, la muerte, la que hace la existencia humana más interesante. El hecho de saber que hay un plazo para cumplir metas y realizarse en la vida es lo que le da sentido a nuestro paso en esta tierra. De ahí que el tema fascine e inquiete a teólogos, médicos, artistas. Cada uno trata de explicarla, combatirla o simplemente aceptarla.
El 2 de noviembre, en varios países latinoamericanos se celebra el Día de Difuntos. En el Ecuador, el singular contraste de dos culturas (la indígena y la mestiza) da vida a la conmemoración de los muertos. Por un lado, los habitantes de las grandes urbes se limitan a visitar los cementerios y a recordar con nostalgia a los que se fueron. En cambio, para los indígenas y muchos habitantes rurales es un día festivo, que no da cabida al dolor sino a la celebración de su paso por este mundo y la aceptación gozosa del círculo de la vida.
De todos los ritos indígenas, la fiesta de finados es una de las más auténticas por lo arraigado y por la forma en que la vive cada comunidad. Esta tradición es tan fuerte que 466 años de doctrina cristiana no lograron modificarla.
La costumbre indígena es visitar las tumbas de sus seres queridos y comer y beber al lado de ellas. La familia acude al cementerio como a una cita con sus antepasados y comparte con sus descendientes el himno de la vida presente y pasada.
Unas de las manifestaciones del ritual indígena es regar la tumba
con algo de comida y bebida, en un rito que se comparte a través del
sustento vital: la tierra.
Pero la fiesta de difuntos no se reduce solo a este ritual. Existe una conexión
externa como la abundancia de juguetes artesanales que aparecen por estas
fechas. Juguetes de barro, hojalata, madera y textiles. La tradición
nace de que son los obsequios que los antepasados traen a los niños
con motivo de las fiestas de difuntos. Por eso, Finados y no Navidad
es para las comunidades rurales de la Sierra centro-norte la ocasión
de regalar juguetes a los niños.
Obviamente que con la comercialización de la Navidad, no pueden abstraerse
de su celebración. Pero esta hermosa tradición, que une a los
niños actuales con quienes ya no están, proyecta una imagen
festiva y alegre sobre el más allá.
Parte de esta alegría es el festín gastronómico que acompaña este día. En platos blancos se pone la Uchuta, una mezcla de mote, papas, carne, achiote y maní, que se sirve fría y es preparada en la víspera por las mujeres indígenas. Este plato es acompañado por un vaso de colada morada y roscas de pan, también preparados en casa.
Parte de esta alegría es el festín gastronómico que acompaña este día. En platos blancos se pone la Uchuta, una mezcla de mote, papas, carne, achiote y maní, que se sirve fría y es preparada en la víspera por las mujeres indígenas. Este plato es acompañado por un vaso de colada morada y roscas de pan, también preparados en casa.
Algunas familias no consideran que la visita está
completa si durante la comida no se reza el Padrenuestro. Cualquier manjar
que le haya gustado a un muerto querido también es colocado en el piso,
desde la entrada hasta el postre, pasando por el plato fuerte. En homenaje
a quienes les gustaba el trago no puede faltar una botella de licor e incluso
cigarrillos y fósforos. Esta visión más realista y festiva
no hace sino recordarnos la esencia perecible del ser humano y esa posibilidad
de encontrarse con la muerte de un momento a otro.
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